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Desprendimiento y perseverancia



Desprendimiento y perseverancia
Enseña también este muchacho con su ejemplo qué tipo de hombre puede resistir más tiempo, con menos peligro y escapar fácilmente de manos de sus enemigos, si éstos hubieran llegado a capturarle. En efecto., aunque este muchacho fue el que más resistió siguiendo a Cristo durante un trecho hasta que le prendieron, sin embargo, y gracias a que no iba vestido con muchos y variados vestidos, sino que llevaba tan sólo un simple lienzo, ni siquiera bien sujeto, sino echado sin mayor cuidado sobre su cuerpo, de tal modo que fácilmente podría desprenderse de él, pudo, en un momento, arrojar la prenda en manos de sus perseguidores y huir de ellos desnudo.
Llevándose el meollo, les dejó con la cáscara.
¿Qué significa esto para nosotros? Qué otra cosa puede significar sino ésta: que así como un hombre barrigón, hecho torpe y lento por el peso de la tripa, o un hombre que lleva consigo una pesada carga de ropajes y vestidos, difícilmente está en condiciones de correr con rapidez, de la misma manera el hombre con un cinto de bolsas repletas de dinero, muy difícilmente podrá escapar cuando caigan súbitamente sobre él las angustias y los pesares. Ni podrá correr muy de prisa o ir muy lejos si los vestidos que lleva, aunque sean ligeros, están tan atados y apretados que no puede respirar con comodidad. Con más facilidad podrá escapar el que, aunque lleve muchos ropajes, puede desprenderse de ellos en un momento, que otro hombre que lleve muy pocos, pero tan apretadamente atados que haya de arrastrarlos consigo dondequiera que vaya.
Se ven hombres (más raramente de lo que me gustaría, pero se les ve todavía, gracias a Dios) extraordinariamente ricos que preferirían perder todo cuanto poseen antes que ofender a Dios por el pecado. Tienen muchos vestidos, pero no están estrechamente "apegados" y así, cuando el peligro les lleva a huir lo hacen con toda facilidad, simplemente arrojando los vestidos. Se ve también a otros -más de los que uno quisiera- que tienen cosas y vestidos de muy poca calidad, pero que, sin embargo, tan apegados se encuentran a esas sus pobres riquezas, que más fácilmente se les podría arrancar la piel de su cuerpo que separarlos de sus posesiones. Un hombre así haría mejor en darse a la fuga con tiempo, pues, en cuanto alguien le coja por la vestimenta, preferirá morir antes que abandonar la túnica.
En fin, aprendemos del ejemplo de este muchacho que hemos de estar siempre preparados ante las contrariedades y dificultades que se presentan de improviso y que pueden hacer necesaria la huida; nos enseña, sin duda, que para estar preparados no es bueno estar cargado con muchos vestidos, ni tan apretujados y abrochados a uno solo que, cuando la ocasión lo urja, nos sea casi imposible arrojar la tela y escapar desnudos.
Si desea alguien seguir investigando un poco más podrá ver que lo que este joven hizo encierra otra lección todavía más profunda.
Porque el cuerpo es como el vestido del alma; en un sentido, se pone el alma su cuerpo al entrar en el mundo y se separa de él al dejar este mundo y morir. Así como los vestidos valen mucho menos que el cuerpo, así el alma es mucho más preciosa que el cuerpo. Tan loco de atar estaría quien diera su alma para salvar la vida corporal como quien optara por perder el cuerpo y la vida antes que perder el manto. Así habló Cristo del cuerpo: "¿No vale más el cuerpo que el vestido?" pero cuanto más dijo del alma: "¿De qué te sirve ganar el universo entero si pierdes tu alma?”
¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Pero a vosotros os digo, amigos míos, no temáis a los que matan el cuerpo y, después, no pueden hacer nada más. Yo os mostraré a quién habéis de temer. Temed a aquel que, después de quitar la vida, puede arrojar al infierno. A éste, os repito, habéis de temer"
Nos advierte además el ejemplo de este muchacho qué tipo de vestido debe ser el cuerpo para el alma cuando nos enfrentemos a tales pruebas. No ha de ser corpulento y gordinflón por causa del desenfreno, ni tampoco debilucho y flojo a causa de una vida disoluta, sino fino y esbelto como un mantel, con la grasa gastada y apurada por el ayuno. No estaremos así tan apegados que no podamos deshacernos de él, de buena gana, si la causa de Dios lo exige. Aquel joven, atrapado por esos miserables y antes de ser forzado a decir o hacer algo que pudiera ofender el honor de
Cristo, abandonó su túnica y escapó desnudo de sus garras. No está de más recordar que, mucho tiempo antes, otro joven se había comportado de manera similar. En efecto, el santo e inocente patriarca José dejó a la posteridad un ejemplo singular, enseñando que hay que huir del peligro contra la castidad con la misma prontitud y decisión con que uno escapa de un intento de asesinato.
Era José varón de hermoso semblante y de porte esbelto. La mujer de Putifar, en cuya casa era José jefe de los siervos, puso en él sus ojos y cayó perdidamente enamorada. Tal era el furor y el frenesí de su deseo que no sólo llegó a ofrecerse ella misma al joven desvergonzadamente, con sus miradas y palabras, tentándole para vencer su aversión, sino que cuando este muchacho la rechazó, se agarró ella a sus vestidos ofreciendo el vergonzoso espectáculo de una mujer pretendiendo a un hombre por la fuerza. Antes hubiera muerto José que cometer pecado tan abominable. Sabía bien los peligros de entablar combate con las fuerzas de Venus, y no desconocía que la más segura victoria consiste en huir. De esta manera, abandonó José su manto en manos de la adúltera y se dio inmediatamente a la fuga.
Como decía, para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la camisa o cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es el vestido del alma. Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo perdemos, y con él perdemos también el alma. Por el contrario, si soportamos con paciencia y por amor de Dios la pérdida del cuerpo, nos ocurrirá entonces lo que ocurre con la serpiente: que muda su vieja piel (llamada, me parece, senecta) a fuerza de frotar y restregar entre zarzas y abrojos, y, abandonándola en los matorrales, aparece de nuevo rejuvenecida y resplandeciente. Si seguimos el consejo de Cristo y nos hacemos astutos y prudentes como las serpientes, dejaremos nuestros cuerpos envejecidos sobre la tierra, desgastados entre las espinas de la tribulación padecida por amor, y seremos llevados al cielo, los cuerpos relucientes y en plena juventud, para jamás sentir los efectos de la vejez.

Texto que se menciona en http://tribunaavalon.blogspot.com.es/2016/05/vida-y-minimalismo.html

Comentarios

  1. En mi entorno hay varios cristianos muy mijimalistas a los que respeto profundamente y con los que tengo muchas cosas en común, aunque soy un ateo irremediable. Estoy muy de acuerdo con lo que dices, aunque no creo que alcance nunca una concepcion trascendente de la vida. Yo soy minimalista principalmente porque me niego a vivir en un mundo en el que el dios mercado me dice como vivir mi vida privada. Sin ser comunista ni anarquista, cada dia soy mas anticapitalista. La conviccion de educar a mi hija en esta vision del mundo es lo que me da fuerzas.

    Gracias por tu post compañero!

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    1. Muchas gracias Daniel por tu aportación, lo de ateo irremediable es algo que no estoy de acuerdo, los que dicen que no creen en Dios ignoran que Él sí cree en ellos y en el momento adecuado se lo hará saber, yo no he sido tan creyente como lo soy ahora y en su momento (lo he ido publicando) se produjo un pequeño cambio que como una semilla germinó y se hizo cada vez más grande…

      Respecto a la educación de los hijos, mi padre siempre me decía: “piensa, siempre reflexiona y piensa”, jamás me dio directrices solo ejemplo de vida honrada y coherente.
      Siendo minimalista, difícilmente se puede vivir de otro modo.
      Un enorme abrazo compañero.

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  2. Yo tampoco soy creyente como sabes Alberto, pero estoy de acuerdo en que el apego hace que la vida sea grave y complicada. Me gusta la distinción que haces entre riquezas y apego. Muchas veces parece que el que tiene pocas cosas está menos apegado, y no siempre es así. Muchas veces ocurre justo lo contrario. Un saludo.

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    1. El apego amigo mío, he constatado que es posiblemente una de las peores cosas que puede sufrir un ser humano, pues solo el pensar que lo puedes perder, ya te desasosiega.

      Te digo lo que a Daniel, aunque tú no creas, Él sí cree en ti, y en su momento te lo dirá, y entonces sentirás una gran dicha como nunca nada te lo ha producido. Él tiene su tiempo y su momento, que no es necesariamente el mismo que para nosotros, y sé de lo que hablo por experiencia propia.
      Un abrazo grande
      Alberto

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