Mi primera migración
Año 1960, en un pueblecito
del sur de Andalucía…
Malos tiempos económicos para
unos y muy buenos para otros, como casi siempre…
A nosotros nos tocó una vez más
la mala, la lucha dura por la supervivencia, mi padre cerró la pequeña
industria de la que intentó vivir, pagó sus deudas y con 50 años, esposa y dos hijos pequeños
migró a una gran ciudad…
Estaba yo en la frontera de
los 10 años de edad, tenía observado el drama que estaban soportando mis padres,
nada podía hacer yo, solo no incrementar sus aflicciones portándome mal…
Cuando me dijeron que
abandonábamos mi casa, mi perro, mis amigos y mi colegio, sentí un temor grande,
desconocido por mí hasta entonces.
La cara de preocupación de mi
padre no me ayudaba en absoluto a tranquilizarme…
Salí esa mañana por los
rincones que solía visitar en mis juegos, solo…
Me despedí en silencio de las lagartijas multicolores e iridiscentes…
De los pájaros, de mi perro y
me encaminé a la casa de un miembro de mi pandilla, eterno rival de liderazgo
en ella.
“Le traspasé” los poderes
sobre la tan ansiada por él jefatura, y me despedí…
Salimos al atardecer, de
manera casi clandestina, sin honor y con mucha tristeza, con una ansiedad que
se palpaba…
Solo algún vecino, curioso
permaneció mirando como nos alejábamos…
Una furgoneta DKW con el
conductor, mi madre, mi hermano y mi padre al final que sentado en una silla,
sujetaba con la espalda los pocos utensilios con los que migrábamos en un viaje
de 600 kilómetros
que duraría más de 14 horas…
Portábamos con nosotros la única
mascota que formó parte de la familia, un jilguero en su diminuta jaula…
Hicimos un alto en una
gasolinera en medio de la nada en la Mancha, mi madre había confeccionado una
tortilla de patatas con berenjenas exquisita y un trozo de cerdo empanado…
En la noche manchega los
insectos de considerable tamaño pululaban en derredor nuestro, en uno de sus
revoloteos, una langosta de 8
cm de largo se clava de cabeza en mi blanda y jugosa
tortilla…
Ante la ausencia de sustituto
alimenticio, desclavo al intruso, y sigo con la tortilla…
Aterrizamos en Madrid, en la
parte más fea que recuerdo, deprimida y junto a una tapia de una línea férrea…
Nos quedamos (mi hermano de 7
años y yo mismo) con los pocos y modestísimos enseres en montón en la acera,
mientra mis padres subían al piso apalabrado…
Al poco bajan y proceden a
subir las cosas…
Es una habitación pequeña, en
un piso de cinco habitaciones, una cocina y un baño, que están ocupadas por
cuatro matrimonios algunos son familia numerosa…
Aquí no entro hoy a relatar
las reflexiones que con mi experiencia saco hoy, solo el testimonio de un niño
que en su periodo de formación vivió unos acontecimientos que indudablemente
forjaron su personalidad.
Pasan los días, me
escolarizan en una escuela de una sola aula, atendida por un solo maestro, mientras empieza el curso
nuevo y nos escolaricen en un graduado…
El maestro, un anciano con una
raída bata gris, atiende a un grupo de treinta alumnos de diferentes edades,
algunos ya mayores…
No cobra una cantidad fija,
solo lo que las gentes acuerdan con él de palabra…
El anciano maestro mantiene
la disciplina en tan heterogéneo grupo con eficiencia, otra cosa es al salir de
clase, donde los alumnos más atrabiliarios se manifestaban en toda su
personalidad.
Aunque no estaba en mi
territorio, (era un recién llegado) no estaba dispuesto a doblegarme ante nada
ni nadie, y comenzó una serie de combates singulares que ganaba, no con mi
industria guerrera, los ganaba con mi casta de luchador tenaz e inasequible al
desaliento a pesar del castigo inflingido…
Estos no usaban las reglas
claras y limpias que usábamos en nuestros combates en el pueblo, eran luchas y
maneras cobardes y desleales carentes de normas éticas…
Abusaban del tamaño, del número
y de la traición…
Tuvimos que aprender nuevas técnicas
de defensa, no dejar ninguna acción sin respuesta y sacamos en conclusión que
no ganaba el más fuerte, ni el que mejor técnica presentaba…
Ganaba el más tenaz e
irreductible.
El día de mi cumpleaños (10
años) no hubo tarta (ironía) hubo una alarma en el piso que habitábamos por un
alquiler alto por una habitación…
Se presenta el juzgado para
desalojar el piso por impago de renta.
Resulta que una inquilina
mafiosa, realquiló el piso por habitaciones y no pagaba las rentas a su auténtico
dueño…
Todo salió a la luz a raíz de
los acontecimientos, no realizaron el desalojo porque una inquilina embarazada
se puso mala del disgusto y se puso a parir, y la ley prohibía el desalojo en
esas circunstancias.
De suerte que pospusieron
para otro momento el desalojo…
Las semanas posteriores
fueron un sin vivir en el piso compartido, habilitándose vigías que darían la alarma
en un avistamiento del juzgado…
En una de esas, nos
atrincheramos con los varones sujetando la puerta de entrada ante las
embestidas de los guardias de asalto, mientras las mujeres con escobas impedían
la entrada por las ventanas, con el consiguiente escándalo…
Mis padres no soportaban más
ese estado de cosas, buscaron un piso recién reformado en unas naves reconvertidas en viviendas, sin
pintar y con el yeso de las paredes aún fresco, a un precio al mes de 1000
pesetas (un hombre ganaba al mes en aquel entonces 1000 pesetas de salario).
Comenzó el curso escolar, nos
escolarizamos en él y comenzó una etapa que dejo para futuras reflexiones…
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